lunes, 2 de marzo de 2009

Zapatos


-Sé las veces que hemos salido de compras este año por el número de pares de zapatos que tienes en el zapatero de la entrada.

Le había dicho él, mientras ella escogía el par adecuado para el traje chaqueta gris que había elegido como atuendo de trabajo ese día. Era minuciosa y cada par iba guardado en su caja correspondiente –la marca de fabricante era la primera pista- con una fotografía pegada del par que en ella se alojaba.

Esa inclinación algo enfermiza de ella a comprar zapatos de manera convulsiva tenía como origen real la obsesión por sus pies y todo lo que con ellos estaba relacionado. Pasaba por la pedicura mínimo una vez al mes en invierno y dos en verano. No tenía ni una dureza o descuido en su cuidado que la hubiera llevado alguna vez a ver al podólogo. Sobre las uñas llevaba una pedicura permanente francesa que hacía que el acabado resultara impecable.

Para ser exactos esa “pequeña” manía alcanzaba también a sus tobillos. Por ello los zapatos siempre se complementaban con unas medias pensadas y meditadas. Esos eran los objetos máximos de su fetichismo: zapatos y medias; medias, no la vulgaridad de los pantis.

A él le ponía bastante todo aquello. Era algo agradable que podían disfrutar juntos. Así lo interpretó desde que se conocieron y a él le excitó enormemente entrar en todo ese juego. Por eso, habían elaborado todo un código relacionado con ello que utilizaban en sus encuentros sexuales.

Así, cuando ella se compraba un nuevo par, había que estrenarlo. Eso significaba hacer el amor con ellos puestos. Pero no simplemente, no. Cada par, su personalidad, el uso al que estaba destinado, su diseño o inspiración, evocaba una puesta en escena concreta. Se sonreía al recordar cuando ella estrenó sus nuevas Boreal y el riesgo que conllevaba que se las había calzado con crampones; culminaron el Everest varias veces esa noche. Aquella otra vez que por navidades, haciendo un exceso, le regaló unos Christian Louboutin y ella, para el estreno, pinto de rojo la pared oeste de la habitación y se vistió con su Alberta Ferretti negro, el del escote en la espalda como un balcón al escándalo.

Sus pies. Soñaba con ellos. Si la veía empezaba a verla a partir de las puntitas blancas de sus uñas bien dibujadas. Ahí empezaba su juego, su manera de excitarla, porque era apuesta segura de entrega total, de éxtasis. Sus pies eran la puerta no sólo a su deseo, eran la puerta a su corazón.

Un día encontró un par de zapatos que él nunca había visto, que no habían estrenado juntos. Estaban poco usados, pero usados. Unos Muxart excéntricos cubiertos de plumas de pavo real. Entonces supo que su amor había terminado, que ella le era infiel.


4 comentarios:

Miguel dijo...

No me imagino mejor manera de estrenar unos zapatos; los estrenaría una y otra vez.
Un beso de unos pies descalzos...

Tesa dijo...

Fetiches compartidos.

(No me gusta nada la manicura francesa y menos en los pies, prefiero las uñas rojo oscuro casi negro)

Alamut dijo...

Sí, los zapatos son para mí EL complemento. La manicura francesa hecha con gel es una muy buena base para pintártelas luego del color que quieras y el acabado es mejor que sobre la uña original. Y siempre están impecables. En las manos sólo si las uñas son cortas y naturales, con las uñas son largas no me gusta nada de nada (sobre todo con esas uñas cuadradas que se ven claraente postizas)... es un buen tema de conversación ¿ves?.
Gracias por haberte pasado por aquí, Tesa.
Besos

Miguel dijo...

Y yo sin comprar zapatos este año...
Y mira que cada vez le tengo más respeto a los pies... Me tienen que aguantar todo el día.