domingo, 5 de febrero de 2006

Añoranza

Siempre he sentido que me he movido poco, he sentido el ancla de mi vida sedentaria. Quizá esta última etapa esté siendo la más dinámica, aunque los destinos no varíen mucho. Hablo siempre de destinos laborales, los que me hacen permanecer más tiempo fuera de casa, el resto suelen ser elegidos, deseados. Desde que hace ya unos años comencé a trabajar en Marruecos, la dimensión de la palabra “Añoranza” se precipitó en espiral dentro de mí. Empezó a asomar por lo que escribía, al principio agazapada, tímida tras palabras como ‘manos’, ‘alba’ o ‘amigos’. Pero poco a poco, ocupó títulos y titulares. Se había mudado definitivamente y me asediaba las horas de tedio, las tardes de mal tiempo y las noches de soledad.

Ahora sé que es añorar volver a casa. Mi casa. Tener esa sensación de hogar, incluso aunque nadie te espere. Aunque sea un hogar en fase de transición, de cambio, pero es hogar. El lugar común donde me gusta volver, donde me gusta vivir, el lugar donde soy parte del espacio que me rodea.

Siempre he tenido, como muchos madrileños, una relación de amor-odio con la ciudad en la que nací y en la que he vivido gran parte de mi vida. Temporadas donde pienso que no se puede vivir mejor en ningún lugar del mundo y momentos donde te dan ganas de abandonarlo todo y trasladarte a otro paisaje, si es costero mejor, como paradigma de cambio radical. ¡Qué sería de nuestra vida sin estos sanos espasmos vitales! Nos sirven para hacer parada en el camino y reflexionar sobre lo que hacemos, aunque raramente cambiemos de rumbo.

Y aunque la aventura de la vida continúa y no me lo pensaré mucho ante al pregunta "¿Te vienes a...?" se van concretando sensaciones. No hay nada como probar para tener certezas. Y yo probé. Salí de Madrid y me lancé por el tobogán de vivir fuera de mi ciudad, de mi país, aunque, bueno es decirlo, con fecha de vuelta. Y fue en ese momento que las tres dimensiones de la palabra Añoranza se comenzaron a desarrollar, se fueron dibujando los contornos de sus letras, las sombras de sus huecos, convirtiéndose en un senderito por el que perderse.

Mi curiosidad científica y cierta necesidad de sistemático orden me llevaron a abrir la cajita donde la palabra se aloja, sometida al tiempo y los avatares de millones de bocas que la acarician. La definición que la Real Academia Española hace de la palabra es la siguiente:

Añoranza (Del cat. enyorança):
1. f. Acción de añorar, nostalgia.

Descripción que añade nuevos términos, nueva búsqueda:

Nostalgia (Del gr. νστος, regreso, y -algia):
1. f. Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos.
2. f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.

Y si deshacemos la acción y buscamos el verbo:

Añorar (Del cat. enyorar):
1. tr. Recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido. U. t. c. intr.


Se añoran paisajes, lugares, miradas, rincones. Se añora lo que no se tiene, lo que se ha perdido, lo que está lejos y, por tanto, es inalcanzable. Se añora lo que se conoce, lo familiar. Se puede llegar a añorar el fruto de un sueño. Pero en la añoranza siempre hay conocimiento previo. Para no dispersarme, centraré mi reflexión en los lugares añorados, porque la entrada en el mundo de los seres añorados implica palabras infinitas.

Yo, quizá por mi nacimiento, quizá porque mi vida está organizada de manera diferente, adoro volver a Madrid, es allí donde me siento en casa. También es cierto que no me duele dejarla e intento disfrutar de lo que los otros lugares del mundo donde me emplazo, me ofrecen. Pero si pienso en casa, en ver llover tras el cristal, en las reuniones con amigos, en quedarme en la cama hasta tarde, leyendo, un domingo, disfrutando del tiempo leve que se regala, es en mi casa, es en Madrid.

Eso no excluye mi añoranza por otros paisajes: el mar, fundamentalmente. Pero un mar con costa verde. Es siempre el lugar donde quiero encontrarme, sí. Costas rocosas con praderas recortadas, que se vierten intentando darse un chapuzón en las olas juguetonas. Costas escarpadas que se enfrentan a los embates del mar, con tozuda disposición. Costas brumosas donde todo puede pasar, donde la aldea se adivina, donde el mar se convierte en un sonido constante, monótono, allí abajo, amplificando su presencia: está aunque tú no lo puedas ver. Es allí donde juegan mis sueños, pies desnudos sobre una hierba húmeda de mar y de salitre con caracolas enroscadas en mis dedos. A veces lloro en sueños, porque mi zarza secreta perdió sus moras al paso de la primera lluvia de otoño, cerca del muro de piedra, detrás del cementerio. Y soy niña y tejo espuma con mis pies desnudos sobre la roca. Y me pierdo entre las olas mientras mi cuerpo se enreda buscando las estelas perdidas del tejido espeso que mis pies hilan, hilan e hilan (...).

Sí, definitivamente. Mi añoranza es un país perdido, al que nunca podré volver, pero con el que siempre sueño, que se llama Infancia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Añoranza al volver a un lugar; quizá la ver una fotografía que siempre te ha parecido que es de color sepia, o una sensación que se parece mucho a lo que hace tiempo te hizo estremecer. Quizá la añoranza se produce al tener la certeza de no volver a encontrar lo que una vez se tuvo. Pero forma parte inseparable de pensar. Siempor se piensa teniendo en cuenta los acontecimientos pasados; los lugares, no tanto por su belleza objetiva, como por lo que se ha sentido al estar allí.

Añoro lo que una vez pude sentir y ahora no siento. A la idea preclara de que nunca volverá el estremecimiento de mi cuerpo al estar en ese lugar del que nunca me habría querido ir. Un lugar al que, no obstante, no se le otorga tanto valor, como cuando no está allí. Y, que siempre es demasiado tarde cuando por fin vuelves.

Quizá, al fin, uno añora el tiempo vivido, los acontecimientos que han pasado por ti,y que nos han transformado y nos convierten en los seres nostálgicos que ahor apodemos ser. Pero los añoramos porque han sucedido, porque los hemos vivido y porque sabemos que no volverán. No puedo dejar de pensar en el sonido del mar que, de forma rítmica me avisaba de su cercanía un un acantilado, un día de mayo de hace unos años; o en unos ojos pardos que me miraban con calor y comprensión...

Aunque sentir añoranza por las cosas, por las personas, por los momentos, por los lugares dónde me encontré bien, me hace entender que, todas las cosas por las que siento nostalgia, merecieron la pena. se quedaron en mi mente; vuelven de vez en cuando pensamientos de lo perdido; pero, además de tristeza, debería de saber que es algo único e increíble que yo sólo puedo tener. Y que me ha convertido en lo que soy, en lo que estoy siendo. Cada momento que pasa me transforma, pero es el recuerdo delo ha sido importante en mi vida lo que de verdad se añora, y es lo que guardo en mi mente yen mi corazón. No sé si existe mejor lugar en el interior de uno mismo. Auque quizá también sea el peor.
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